Las convulsiones y monomanía del general Páez
La memoria colectiva a veces olvida que aquellos grandes héroes de guerra también fueron humanos y como proceso natural también enfermaban, padecían de condiciones, trastornos, fobias o monomanías.
Tal es el caso del general José Antonio Páez,
aquel que la historia lo describe como el Centauro de los llanos o como lo
magnimiza el escritor Eduardo Blanco: “El pastor se transforma en guerrero, el
guerrero en héroe, el héroe… en Páez” sin embargo, aquel semidiós que parecía
invencible en varios combates se vio en situaciones complicadas a raíz de un
trastorno a lo que él mismo llamaba “intensa
excitación nerviosa”.
El cronista Arístides Rojas indica que un escritor
inglés “de los que militaron en la pampa
venezolana” describe que el general Páez sufría de ataques epilépticos,
dice: “cuando se excita su sistema
nervioso y entonces sus soldados le sujetan durante el combate o inmediatamente
después de él”.
G. Hippisley
escribe en su libro que el coronel English en la Batalla de Ortiz de
1818 pasaba cerca de José Antonio Páez que se encontraba recostado a un árbol “y con la boca llena de espuma” estaba
sufriendo una convulsión, se le acerca a pesar de ser advertido por los
oficiales que estos episodios eran regulares, duraban poco y nadie se atrevía a
tocarlo.
El coronel le lava la cara y le suministra unas
gotas, gracias a esto Páez se recupera, lo reconoce, le agradece extendiéndole la
mano y le explica que había asesinado a 39 enemigos y ya se sentía indispuesto,
se podía observar a su lado su lanza aun ensangrentada. Una vez recuperado se
sube a su caballo y vuelve a comandar su legión de centauros.
Regularmente al recuperar la razón siempre
preguntaba y pedía su lanza y su caballo, estas mismas palabras pronunció en
1858 al romperse una pierna y ser víctima de convulsiones, ya viviendo en Nueva
York.
Otro momento fue comenzando la acción del Yagual
en 1816, Páez es víctima de una convulsión y a su lado se encuentra Urdaneta,
que por comentarios sabía perfectamente que el agua servía en estos episodios
de convulsiones, sin tener a la mano más que su sombrero decide utilizarlo como
envase para echarle agua desde la cabeza, agua que por cierto estaba destinada
para refrescar el único cañón que tenían. Valiendo la pena, ya que luego Páez se
encontraba perfectamente a caballo en pleno campo de batalla.
En 1815 Páez tenía la orden de embestir al enemigo,
estaba por empezar el combate cuando entra en convulsión, la causa de este
episodio se le atribuye a su ayudante que venía de la retaguardia a dar razones
por una orden cumplida, el detalle era que el jinete tenia enrollada en el asta
de su lanza una enorme culebra cazadora a la cual le había pinchado la cabeza y
le dice a Páez: “aquí está mi jefe, el
primer enemigo aprisionado en el campo de batalla” acto seguido:
convulsiona, le echan agua en la cara, se recupera y pelea hasta la victoria
para luego alejarse hasta recuperarse del todo.
Según Arístides Rojas, las crónicas familiares
del general Páez refieren que siendo un niño fue mordido por un perro con mal
de rabia y al poco tiempo por una serpiente venenosa, manifestando con el
tiempo una fobia al ver una serpiente hasta el punto de convulsionar, también desarrolló
una manía de creer que la carne de pescado al llegar al estómago se convertía
en carne de serpiente, un mal nervioso y tormentoso que lo acompañó el resto de
su vida.
Y esto se comprueba al ser recibido Páez por
una familia venezolana en Nueva York, que por cortesía y agradecimiento acepta
en dos ocasiones comer ensalada que contenía pescado y en ambas oportunidades
presentó convulsiones.
En la misma ciudad de Nueva York pero ya Páez
con 80 años, un amigo suyo creyendo que sorprendería al general con la exhibición
de boas del museo de Barnum decide invitarlo sin decirle nada, resultó ser uno
de los episodios más alarmantes para el general “al ver los animales, se siente indispuesto y se retira” llega a
casa y al momento de sentarse a comer se retira a su habitación presentando convulsiones,
llaman al Dr. Beales que lo atiende y esta vez Páez no pierde la razón, al
contrario, va describiendo lo que “ve y siente”.
Pide a gritos que lo salven porque muchas
culebras le estaban estrangulando el cuello, bajando a los pulmones, luego al corazón
y por último al abdomen, una y otra vez repetía esto y una y otra vez
convulsionaba sin interrupción. El medico asombrado no entiende “como una monomanía podía desarrollar en el
sistema nervioso tal intensidad de síntomas” que ni siquiera al entablar
una conversación con el paciente logra terminar de pronunciar la palabra
culebra cuando vuelve a convulsionar.
Arístides Rojas asegura que si los enemigos
realistas hubiesen sabido de este miedo a las serpientes “lo hubieran vencido arrojando vasijas repletas de culebras” es
probable pero dependiendo de cuál enemigo lo rodeara, se sabe por el propio
general Páez que en la batalla de Carabobo de 1821 fue víctima de una
convulsión y describe lo siguiente:
“En esta ocasión estuve yo á pique de no sobrevivir á
la victoria, pues habiendo sido acometido repentinamente de aquel terrible
ataque que me priva del sentido, me quedé en el ardor de la carga entre un
tropel de enemigos, y tal vez hubiera sido muerto, si el comandante Antonio Martínez,
de la caballería de Morales, no me hubiera sacado de aquel lugar. Tomó él las riendas
de mi caballo, y montando en las ancas de este á un teniente de los patriotas
llamado Alejandro Salazar alias Guadalupe, para sostenerme sobre la silla,
ambos me pusieron en salvo entre los míos”.
A pesar de sus dolencias, su fobia y monomanía, esto no logró apaciguar
la valentía y fuerzas de este héroe que una y otra vez bajo cualquier circunstancia
se volvía a levantar y pelear siempre pidiendo su lanza y caballo con el ímpetu
de guerrero que siempre lo caracterizaba.
imagen referencial |
Referencias bibliográficas
Rojas Arístides, Leyendas Históricas
de Venezuela, Caracas 1890.
Páez José Antonio, Autobiografía
del general José Antonio Páez: Volumen 1, enero 1878
Gustavus
Hippisley, A
Narrative of the Expedition to the Rivers Orinoco and Apuré in South America:
Which Sailed from England in November 1817, and Joined the Patriotic Forces in
Venezuela and Caraccas, ene 1819.
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