Valencia en 1881: según una extranjera

El periódico “La Opinión Nacional” de Caracas en su edición del 26 de agosto de 1878 comunicaba a sus lectores la llegada a La Guaira del señor Henry de Tallenay, un diplomático francés, cónsul de Francia en Venezuela, acompañado por su familia. Jenny era su hija y vivió en Venezuela durante unos tres años, permaneciendo en Caracas la mayoría del tiempo, sin embargo finalizando el año de 1880 tuvo la curiosidad por conocer más del territorio y su condición diplomática le permitiría recorrer algunas zonas del interior del país de una manera más cómoda y accesible.

Durante su viaje fue documentando detalladamente lo que iba observando, lo cual dejó registrado en su libro “Recuerdos de Venezuela” donde podemos apreciar sus registros de paisajes y anécdotas de manera natural y amena.

1881, camino a Valencia

Dejando atrás el pueblo de Naguanagua, Jenny junto a su esposo y el cochero; un indio al cual le pagaban por día 40 francos por ser su guía, conducía una gran calesa con tres caballos llamados “Flor de Mayo”, “Estrella”, y “Rayo de Luz” tomarían la carretera que los llevarían a Valencia la que Jenny en su libro describe: “La carretera que seguíamos se poblaba siempre más y más; aquí caravanas de carretas; allí, largas hileras de burros” era evidente que se refería al tráfico de la época “el conjunto atestado de fardos bien atados en envolturas de cuero. Las casas se alineaban, más numerosas, en los lados: nos aproximábamos evidentemente a una ciudad”.

Con su látigo extendido hacia el horizonte su cochero le avisa que están entrando a Valencia, Jenny escribe: “El paisaje que teníamos delante de la mirada merecía nuestra atención. La capital de Carabobo está situada en un valle magnífico”.

Continúa: “Cruzamos dos o tres calles limpias, bien empedradas, bordeadas de tiendas, e Inginio (el cochero) detuvo sus caballos ante una gran casa con cuatro ventanas y puerta cochera. Era un verdadero hotel bien amueblado, bien atendido, fundado antaño por un francés y dirigido por su hijo”.

Paseando en Valencia

En un primer y breve paseo visita lo que ella describe como un “parque hermoso y espacioso adornado con vigorosas plantas tropicales” entre ellas una “gran mata de bambúes” se refiere a la plaza Bolívar, observa la Catedral de dos torres sin encontrar interesante su arquitectura, señalando que en su interior existen estatuas pintadas “y los dorados que deslucen todas las iglesias Hispanoamericanas” sin duda, no es de su agrado.

Sin salir de la zona, le muestran una casa a la que regularmente los turistas visitaban por curiosidad, la que habitó el General Uslar; uno de los más valientes y compañeros de Simón Bolívar. Escribe Jenny sobre el general Uslar “Hecho prisionero por el general español Morillo, éste le empleó con otros cautivos en la construcción de un puente sobre el río Valencia”.

No quiso dar un extenso paseo, estaba agotada por el “traqueteo del carro” dice: “Nos limitamos, pues aquel día, a recorrer los alrededores del parque Bolívar y la plaza de la Candelaria, donde se ha erigido recientemente una estatua al Mariscal Falcón, de factura bastante mediocre”.

Luego junto a su esposo, escalan la colina granítica El Morro de Valencia, desde arriba lo que alcanza a ver es un magnífico panorama: “Las aguas azules del lago de valencia, una línea de montañas que dominan el famoso campo de Batalla de Carabobo, el pueblo de Bárbula y Nagua-Nagua” visualiza algunas casas que se pierden entre lo verde de los árboles encontrándose estas casas al pie de la colina en donde estaba Jenny.

Por la noche asiste a la elegante y concurrida plaza Guzmán Blanco (actual plaza Sucre)  disfruta de la impecable interpretación musical ejecutada por una banda militar, le parece magnífica con sus “palmeras y almendros” rodeando al monumento que eleva una estatua de 12 metros del presidente Guzmán Blanco  “La población acomodada iba y venía, cambiando saludos y cortesías en la alameda central” hasta las 10 de la noche que culminó la presentación.

Días después hace una visita al cementerio de Valencia (actividad regular para la época) ubicado en un terreno elevado a las faldas del cerro el Calvario, observa tumbas bien cuidadas, llenas de flores, sin embargo le llama la atención una “torre bastante espaciosa a lo alto de la cual llevaba una escalera de caracol” termina subiéndola y una vez arriba en una pequeña plataforma se da cuenta que todo el interior del circular lugar está repleto de osamentas revueltas entre sí y casi colmando la edificación, lo describe como un “amontonamiento de desechos humanos”, “algunas cabezas medio descompuestas llevaban aun huellas de barba y cejas” detallando hasta la cabellera roja de quizás una mujer irlandesa.

Al salir del cementerio se aventura por subir con vestido a “la colina árida y rocallosa llamada el Calvario” que según le han dicho tienen intenciones de hacer un jardín, dejan su coche abajo “al cuidado de un negro” su guía Inginio los conduce con destino a la cueva la guacamaya, caminan entre altas hierbas, espinosos matorrales, suelo arcilloso y guaridas de serpientes hasta observar a lo lejos la gruta que buscan, siguen “el lecho del torrente hasta el pie de las rocas”.

Escalaron enormes derrumbes, abrieron nuevos caminos, saltaron charcos de agua, se cayeron, dieron la vuelta a grandes rocas, todo valdrá la pena al conseguirse con “una especie de garganta cuyo aspecto era de lo más sorprendente” esta cueva de unos 40 metros de altura, lleno de enredaderas y al final “un túnel negro y profundo de donde se escapa un torrente salido de las entrañas de la montaña” a la derecha está la plataforma que deciden escalar y disfrutar de la vista de Valencia.

Contemplaban la naturaleza mientras el guía Inginio les contaba las leyendas de la cueva antiguamente habitada por una destruida tribu de indios “aún se observa una mesa de piedra labrada por la mano del hombre” también el guía comenta que un famoso bandolero del siglo XVlll, Hernando Maza había elegido esta cueva para esconderse, luego fue acorralado, capturado y asesinado.

Después de un rato en la cueva deciden hacer una bajada peligrosa con la ayuda del guía “y entrar en el cauce del torrente” y pronto se suben al coche que esperaba cerca del cementerio con dirección hacia Valencia.

Al llegar al hotel Jenny y su esposo son invitados a un exquisito banquete para celebrar el bautizo de un bebé quien se encontraba envuelto en muselina y cargado por “una negra alta y fuerte” los distinguidos padres del niño habían elegido el hotel para tal celebración y consideraban la presencia de los extranjeros como buena suerte para el niño.

Comenta que luego de brindar con champán y discursos “pomposos” el padre del niño entregó a los invitados “una pequeña litografía sobre la cual estaba pegado un dólar americano de oro como recuerdo de la ceremonia” Jenny escribe que “los ricos” tienen esta costumbre mientras que “los pobres” obsequian pequeños ramilletes de flores colgando de el una moneda de plata con valor de un real.

Al día siguiente sale de Valencia a las seis de la mañana, cruzando el gran puente Morillo, considera bastante ancha y llana la carretera que rodea la colina de El Morro ya luego “el valle se ensancha considerablemente y se cubre de hermosas haciendas, desparramadas en el horizonte” hasta llegar al lago.

Con estas palabras se despide Jenny de la ciudad que la recibió con amabilidad y cortesía.


crédito a su autor




Fuente:

De Tallenay, Jenny. "Recuerdos de Venezuela". Ediciones del Ministerio de Educación dirección de cultura y bellas artes. Caracas, 1954

Comentarios

  1. Te felicito nunca había leido algo tan bonito me imagine todo mientras leia ❤️‍🔥 por este tipo de cosas es que vivo enamorada de nuestra ciudad Gracias rebeca gracias 🤎

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