Diecisiete largos días
Del bergantín
nacional “Manuel” llega el Libertador en horas de la noche el primero de
diciembre a Santa Marta, con un aspecto cadavérico, no puede caminar, posee una
voz ronca, su cuerpo adolorido es débil y flaco, es necesario bajarlo con ayuda
y total cuidado, se hace cargo de su enfermedad el joven doctor Prospero Reverend, en repetidas situaciones mencionará “Lo peor es que Bolívar cree que no está enfermo
y se molesta cuando le preguntan por el estado de su salud”.
El Libertador notando el progreso de su enfermedad no le queda mas que confiar en su doctor, Reverend escribirá: “A pesar de su repugnancia a los auxilios de la medicina,
el tenia la esperanza que yo le pondría bueno por ser su cuerpo virgen en
remedios” la primera opinión del doctor es que la enfermedad es de las mas
graves y que tenia los pulmones dañados, cuyo diagnostico mas adelante no
cambiará.
Su médico de
cabecera abnegadamente le dedicará diecisiete días continuos de desvelos para luego negarse a recibir una recompensa por haberlo atendido, escribirá
boletines desde el momento en que asume la responsabilidad de asistirlo y con
el tiempo se convertirá en un desgarrador relato de aquella enfermedad que
acabo con la vida del gran héroe de nuestra independencia.
La enfermedad
lo vuelve un poco intolerante a olores, sabores y se enoja con mayor facilidad,
sin embargo, seguirá dictando cartas y ocupándose de asuntos políticos, su
fuerza mental lo acompañará por unos días mas.
Sus primeras
seis noches en Santa Marta mayormente la pasa en una habitación ventilada, lo
invade el desvelo, lo desespera la tos, para el segundo día, el doctor Reverend
reconoce el temperamento del paciente, calificándolo como “Bilioso- nerviosos”
describe que tiene el “pescuezo delgado y pecho contraído” estas y otras
señales como el tono amarillo de piel y la secreción verdosa, hacen que el
doctor considere su enfermedad como “catarro pulmonar crónico” opinión que
compartirá su colega el doctor M. Nigth cirujano de la goleta estadounidense
“Grampus” que para el momento se hallaba en el mismo lugar. Ambos médicos se encargan
de arreglar un tratamiento curativo “Remedios pectorales mezclados con
narcóticos y expectorantes”.
Algunos días
tendrá cierta mejoría y con ella vienen ciertas esperanzas para quienes lo
acompañan, pero luego volverán aquellos síntomas cada vez mas fuertes,
apagándole la vida lentamente. “S.E. volvió a la costumbre de encerrarse” escribirá
Reverend, el día cinco de diciembre consideran viajar a otro
lugar con un clima mas apropiado. El doctor manifiesta que este día se queda
sólo asistiendo la enfermedad del Libertador, ya que su colega el Dr. Night
continuó su viaje en la goleta. Rápidamente pide ayuda a otros médicos, la cual
nunca llegó.
Bolívar, tal vez añorando estar en su amada San Mateo desea moverse hacia el campo, su
doctor y amigos coinciden en la decisión y en un coche cubierto (berlina) parte
muy contento junto a sus acompañantes para la quinta de San Pedro Alejandrino.
Esta primera noche la pasa mucho mas estable, su ánimo mejora, el viaje al
campo hasta ahora le había caído muy bien.
Ilusionado con
su mejoría el Libertador organiza el proyecto de desplazarse poco a poco hacia
la Sierra Nevada, tomando la responsabilidad el General Sardá de construir un
lugar apropiado en una aldea con temperaturas mucho mas frescas, lo que
ignoraba el Libertador era la magnitud de la enfermedad que lo estaba
arropando.
Vuelven los
desvelos, la fiebre, el delirio, se le pregunta al Libertador por alguna
dolencia y negaba tenerla, sin embargo, al quedarse solo: se queja. El doctor
observa un “Entorpecimiento en el ejercicio de sus facultades intelectuales”
atribuyéndolo con que la enfermedad le estaba afectado el cerebro. A pesar de
continuar con remedios que por momentos lo aliviaba, inevitablemente comienza la
angustiante situación de verlo complicarse sin vuelta atrás.
Los síntomas
alarmantes se agravan: se le traba la lengua, le viene calor en la cabeza y
frío en las extremidades, dolor en el pecho mas hacia el lado izquierdo,
delirios por la noche, sin embargo el doctor observa que el Libertador hasta
ahora “Goza enteramente de su juicio”.
Desvelado,
inquieto, delirando y hablando solo, así pasa gran parte de la noche, se
quejaba del dolor a pesar de contestar que estaba bien. En el día mejoran sus
síntomas, se le ayuda con el estreñimiento que padece, habla con claridad, así resiste este día tan decisivo: 10 de diciembre, se le administra los últimos
sacramentos y firma su testamento, se le da lectura a su proclama y al
culminar, Bolívar desde su butaca con voz ronca dijo: “Si, al sepulcro es lo
que me han proporcionado mis conciudadanos pero les perdono. ¡Ojala yo pudiera
llevar conmigo el consuelo de que permanezcan unidos!”, continúa Reverend: “De
los ojos de los presentes brotaron las lagrimas” al presenciar este escenario.
Al día
siguiente dicta su ultima carta dirigida al General Briceño. Su doctor junto al
General Montilla inútilmente piden ayuda a todos los médicos, pero éstos rechazan la solicitud presentando como excusas otras obligaciones. Bolívar va perdiendo
fuerzas ya no controla orines, inquieto y en vigilia vive las noches tanto como
su destruido cuerpo lo permite; de la hamaca a la cama y de la cama a la hamaca, para aquel héroe que atravesó y resistió la inclemente Cordillera de los Andes, ahora, con simples movimientos requiera ayuda de su doctor, es de esperar que moralmente está abatido quizás mucho mas que su débil
cuerpo.
Su estado de
salud se vuelve critico, su semblante esta decaído, su orine ahora contiene
sangre, el hipo se agudiza, balbucea, su pulso decae, frio en extremidades,
calor en la cabeza, el delirio no cesa, no tiene fuerzas y cuando vuelven es
para caer severamente, los indicios llegan a su última fase sin duda el doctor
considera todos estos síntomas como un “Presagio funesto”.
Por la mañana del día diecisiete de diciembre el doctor Reverend asiste al Obispo que se encontraba enfermo, al volver se consigue con el declive de la salud del Libertador, aquí su descripción del momento: “Me senté en la cabecera teniendo en mi mano la del Libertador, que ya no hablaba sino de modo confuso. Sus facciones expresaban una perfecta serenidad, ningún dolor o seña de padecimiento se reflejaban en su noble rostro” el doctor al observar su respiración suavemente estertorosa, su pulso casi inexistente, sabe que la muerte no será indiferente, es tiempo, hace un llamado a los Edecanes, Generales y demás personas para presenciar los últimos momentos, de inmediato lo rodean y en apenas unos minutos ven apagarse la vida del Libertador, aquel hombre que recogió sobre si el triunfal momento de la independencia sudamericana y obteniendo a cambio ingratitud y desprecio, acuchillando profundamente su alma y con esto acelerando la terrible enfermedad que lo consumió.
Comentarios
Publicar un comentario