Mujeres y niños atrapados en la guerra a muerte
¡Españoles y Canarios!
Contad con la muerte, aun siendo indiferentes.
¡Americanos!
Contad con la vida, aun cuando seáis culpables.
Así culmina el mensaje de Simón Bolívar en su
decreto de guerra a muerte desde Trujillo en junio de 1813, su mensaje es claro
y tajante predice el futuro en los próximos tiempos, Venezuela se convertirá en
incendios, saqueos y una verdadera carnicería desde occidente hasta oriente.
Mujeres y niños quedaron de manera involuntaria
atrapados en medio de conflictos y terminaron siendo víctimas de los realistas
y ahí también está la historia.
Entre la crueldad y el
sadismo
En 1813 cerca de Aragua de Maturín
se encuentra el jefe español Zuazola quien había derrotado al enemigo, ofrece engañosamente
indultos a los fugitivos, grupos de personas que salieron de los montes y se
presentaron frente a él son asesinados, dentro de un grupo se encuentra un niño
de nueve años que ruega por la vida de su anciano padre que estaba preso.
El niño arrodillado explica que
su padre es el sustento de su enferma madre y de sus pequeños ocho hermanos y
es por eso que el ofrece su vida a cambio por la vida de su padre, el jefe
español con una sonrisa le dice que ambos morirán, manda a traer al padre y una
vez estando presente, el niño vuelve a suplicar, al instante manda a decapitar
al niño frente a los ojos de su papá, que también fue asesinado.
Existe una poesía de la época que
refiere a este hecho, aquí un fragmento:
Del español los ojos
Despiden llamas de ira
Y al bravo niño mira
Con su crueldad feroz.
“Maldita raza, grita
Con ruda voz tonante:
Soldados, al instante
Matadlos, a los dos”.
Otro joven se le acerca a Zuazola
suplicando por su vida, le ofrece el trato de perdonarle su existencia a cambio
de cortarle las orejas sin moverse ni expresar dolor, el chico acepta y sin
chistar comienza la mutilación, luego manda a sostener con sus manos sus
propias orejas hasta que termine la conversación con Zuazola quien admirado por
la serenidad del joven después de un rato mandó a cortar su cabeza “Porque no merecía perdón quien había tenido
tal sufrimiento, pues esta firmeza sería capaz de serles perjudicial en algún
tiempo”.
Algo similar hizo Boves con un
joven de catorce años quien en un intento por salvar a su padre ofrece ser su
esclavo, Boves entre risas le ofrece a cambio el trato: dejarse cortar la nariz
y las orejas sin ningún quejido, el chico sobrevive ante tal horror, para luego
ser asesinado junto a su padre.
Zuazola no respetaba ni siquiera
la vida de mujeres embarazadas, mandó a decapitar a una mujer que le rogó por
la vida de su esposo “y como la criatura
diese saltos con la caída de la madre se le abrevió su muerte a bayonetazos”.
Recuerdos de horror
En marzo de 1814, Rafael Delgado
le escribe una carta a un amigo, ha sobrevivido al infierno de las tropas de
Boves en Calabozo, internado tres días en el monte y disfrazado va avanzando
hasta llegar a La Victoria y logra describir todo lo que vio, un fragmento aquí:
“No hablo á V. de lo que hacen con las señoras, con las niñas más
delicada»; pues no sería decente, pero después de forzarlas brutalmente las azotan,
y en el instante siguiente les quitan la vida. Yo mismo vi una partida de ocho
que llevaban dos mujeres, que no conocí. Esto fue cerca del rio Guárico y al
pasar por el las ahogaron”.
Valles de Aragua y del
Tuy
Una de las tantas atrocidades que
aceptaba Boves: “Permite a los soldados
la violación de las mujeres en todos los pueblos a los que entran. Nadie puede
quejarse por este acto de barbarie: las mujeres son comunes”.
En marzo de 1814 el prócer civil
Martin Tovar Ponte desde San Mateo le escribe a su esposa pidiéndole que huya
lo más lejos posible ya que el destino de las féminas era un infierno:
“Se llevan no sólo a las muchachas más preciosas sino también a las
niñas y viejas; aquellas para cometer las mayores atrocidades”.
Un extracto de una carta escrita
en Turmero con fecha de abril de 1814 manifiesta que la caballería de Boves llegó
hasta esos lados: “se llevaban las
mujeres, las violaban y las hacían seguirlos a planazos” agrega que una madre
contaba a lagrimas a los oficiales patriotas que iban para Valencia que un
soldado de Boves violó y asesinó a su hija de ocho años a orillas del camino
hacia Güere.
El presbítero Sebastián Gallegos acompañaba al ejército
republicano, detalla en una carta fechada en marzo de 1814 el horror que
dejó las tropas de Boves en aquellas tierras de San Mateo, se atreve a ir hasta la casa que pertenece
a Simón Bolívar en donde vecinos del pueblo que no lograron escapar se refugiaron
en el lugar:
“Prendido fuego en el techo de la casa principal; la sala, corredores,
y todas las habitaciones interiores salpicadas con la sangre de veinte y dos
inocentes víctimas sacrificadas. Mujeres de todas clases, y
de todas edades, estaban allí puestas
unas de rodillas sin duda para implorar aunque inútilmente la clemencia de sus
verdugos, tres niños sobre el pecho de sus madres, unos traspasados con el duro
hierro de la lanza, y otros que a fuerza de palos habían expirado”.
Al salir del lugar se consigue
con Pedro Armas desesperado a gritos le dice:
“Amigo, es imposible que yo pueda sobrevivir un solo instante a mi desgracia:
los godos han dado muerte a mi madre anciana de ochenta años, que por esta circunstancia
jamás pudo ofenderles, me han degollado tres niños, uno de pechos, y dos poco
mayores, me han violado una hija, y robado a mi mujer”.
El cura de Charallave describe la atrocidad que
se vivió en el poblado a manos de Rosete y sus soldados al degollar a un grupo
de mujeres que buscaron refugio en la iglesia, antes de ser asesinadas fueron
violadas en el altar del templo.
“Hasta estos tiempos
la religión se veía respetada” escribe un anciano cura que comunica que su sobrino, un niño, fue
asesinado ante los ojos de Boves para quitarle “La patena sagrada y el cáliz de la iglesia”.
Boves era el principal violador y asesino de
mujeres y niñas, existe una tradición oral que asocia su muerte con un hecho personal
que se dio en Calabozo cuando una niña de quince años es violada por Boves
frente a los ojos de su padre Antonio Bravante y su hermano Ambrosio: quien
pudo escapar y alistarse en las caballerías patriotas comandadas por el general
Zaraza “En la batalla de Urica…
(Ambrosio) buscó el cuerpo a cuerpo con el atrevido jefe y lo traspasó con su
lanza repetidas veces hasta dejarlo muerto”.
Emigraciones
Poblaciones ante la amenaza de la llegada de los
realistas, ciudadanos de todas las clases sociales huían con lo que podían, los
caminos eran ocupados por largas peregrinaciones que al anochecer “Marchaban rezando en coro el rosario”, algunos
de los que escapaban no pertenecían a ningún bando, huían porque los lideres
realistas no seleccionaban víctimas, todos eran asesinados.
Ante las extensas caminatas mujeres y niños
quedaban exhaustos, algunas abandonaban a sus hijos en poblados que servían como
paradas, otros casos los niños se extraviaban y las madres se devolvían solas a
buscarlos. En ocasiones la emigración se encontraba con el enemigo de frente y
las mujeres eran violadas para luego ser acuchilladas junto a sus hijos.
No todo lo relacionado con este prolongado conflicto armado se trata de héroes y heroínas, también cobró la vida de personas inocentes que estaban al margen de enfrentamientos, que su prioridad era sobrevivir el día a día a las consecuencias de la guerra y que al final su destino fue tan injusto y cruel como todo lo que tiene que ver en una guerra en la que nada se justifica.
imagen referencial, creada con inteligencia artificial
Referencias bibliográfica
Rojas Arístides, Leyendas Históricas. Imprenta de la Patria. Caracas 1890.
Blanco Fombona, Rufino. Bolívar y la guerra a muerte. Ministerio de Educación, Caracas.
Biblioteca de la Academia Nacional de la historia, Gaceta de Caracas IV. Caracas 1983
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