Las despedidas del Libertador
Por: Rebeca Figueredo
Se hacía pedazos el gran proyecto de Bolívar; la República de Colombia y es cuando decide abandonar el poder, a pesar de que el congreso le había rechazado la renuncia, él continuó con la idea de marcharse tan decidido como siempre, tan enfermo como nunca.
Inmediatamente abandona el palacio y se dirige a la quinta para entregársela a su nuevo dueño, acompañado de su fiel compañera Manuelita, se despiden de aquel lugar lleno de tantos recuerdos que los hizo felices por mucho tiempo para nunca más regresar. Manuela alquila un lugar para ella y Simón acepta la invitación de hospedaje del General Herrán mientras se alistaba para partir en unos días.
Era una mañana fría y nublada de aquel 8 de mayo cuando en los corredores
de una modesta casa, el Libertador y su Libertadora en un abrazo se dicen adiós, quizás esperanzados con la idea de que la vida los volvería a reencontrar.
Lo describirá Rumazo: “Aun el sol no había roto la neblina. Montó a caballo el
gran hombre y partió con sus acompañantes. Fue la última vez que los amantes
estuvieron juntos. El caminaba directamente a la muerte y para ella estaba
reservado un calvario de varios años”.
En esa despedida se encuentran el vicepresidente Caicedo, el Arzobispo y
muchos amigos, se le entrega a Bolívar un documento con más de dos mil firmas a
modo de despedida, dice así: “Enseñaremos a nuestros hijos a pronunciar vuestro
nombre con tiernas emociones de admiración y agradecimiento”. Después de leerlo
– continúa Rumazo - el Libertador, con el ceño contraído, los ojos bajos y
tristes y sin hablar palabra, se despide de los presentes con un apretón de
manos o con un abrazo".
Al despedirse de su adorada Manuelita y de las personas que más lo querían, continúa su
camino no sin antes pasar por la plaza, el historiador Colombiano Luis Augusto
Cuervo en su libro "Apuntes Historiales" nos describe un inolvidable escenario
cuando Bolívar pasaba por la plaza principal: “un corrillo de gentuza plebeya
se le acercó para despedirlo con este apodo que le pusieron sus enemigos:
¡Longaniza, Longaniza!” y es que para aquella Bogotá de 1830 Longaniza era el
apodo de un personaje que vagaba por las calles vestido de militar señalado
como un loco, siendo centro de críticas y burlas. Montado a caballo se despide Bolívar para siempre de Bogotá, acompañado de muchas personas durante unos diez
kilómetros.
En Quito se habían firmado dos cartas, una por los ciudadanos más
importantes y la otra por el Obispo de la ciudad en donde expresan el gran desprecio
por la decisión de no permitirle al Libertador la entrada a su país natal y
le suplicaban que eligiera para su residencia estas tierras, no podrían tener
mayor honor que recibir a su héroe.
Aquella tarde dormiría a 39km de distancia de Bogotá para al día siguiente
partir al pueblo de Guaduas y es ahí en donde supo que aquella Manuelita tan
fuerte como siempre la conoció, no se quedaría de brazos cruzados, pues ésta se
quedó animando a los que apoyaban su proyecto y custodiaba con celos aquel
archivo personal de Bolívar que años atrás el mismo le entregó, Manuela, rehusándose
a devolver libros y documentos que el gobierno le exigía, su respuesta ante la
petición era la siguiente:
“En contestación a la reconvención de usted, digo no tener nada absolutamente
en mi poder que pertenezca al gobierno, es cierto que he recibido papeles que sin mi
consentimiento los condujeron a la secretaría de Relaciones Interiores, los
mismos que me fueron entregados por el señor ministro Osorio, porque
pertenecían particularmente a S. E. el Libertador. Ni los papeles, ni los
libros, no los entregaré, a menos que me prueben por una ley que este señor
está fuera de ella” Manuela Sáenz.
El carácter de esta quiteña definitivamente superaba a las mismas
situaciones, Bolívar conociendo lo que sucedía le escribe angustiado: “Mi amor:
tengo el gusto de decirte que voy muy bien y lleno de pena por tu aflicción y
la mía por nuestra separación. Amor mío: mucho te amo, pero más te amare si
tienes ahora más que nunca mucho juicio. Cuidado con lo que haces, pues si no,
nos pierdes a ambos, perdiéndote tú. Soy siempre tu más fiel amante, Bolívar”.
En su paso por Honda, como un homenaje y despedida al héroe lo agasajan con un gran baile ¡pero el hombre con esas condiciones ya no baila! Y así será su recibimiento por todas las poblaciones de paso. No todo era desprecio, muchas personas querían al Libertador de regreso al poder, el gobierno de Bolivia sabiendo que éste partiría a Europa lo nombra ministro plenipotenciario ante la santa sede; el congreso del Ecuador lo proclama padre de la patria; de la Nueva Granada, solo cuatro provincias no se manifestaron a su favor, desde Venezuela su hermana; María Antonia le dirá en una carta que al saberse la situación estallan muchos puntos de insurrección en contra del gobierno y el congreso de Caracas, clamando el retorno del Libertador a su patria.
Quizás fue fatal para el estado anímico de aquel gran genio recibir la triste noticia de su amigo el General Sucre quien buscando la serenidad de su hogar consiguió la muerte, pero éste gran amigo y compañero de guerra ya se había despedido semanas antes por medio de una carta que dice así: “Cuando he ido a casa de usted para acompañarle ya se había marchado. Adiós, mi General; reciba usted por gaje de mi amistad las lágrimas que en este momento me hace verter la ausencia de usted”. Bolívar recibe la noticia del asesinato de Sucre estando en Cartagena y exclamo: “Dios excelso, si tenéis justicia haced caer un rayo de vuestras manos sobre aquel monstruo (el asesino)” y añadió “yo pienso que la mira de este crimen ha sido privar a la patria de un sucesor mío”.
Mientras Manuelita conspira en contra del gobierno y lo hace con eficacia, Bolívar decidido a no volver, continúa buscando un mejor clima para sus dolores, ya para octubre y noviembre de 1830 se encontraría más enfermo que nunca, con los ojos apagados, con una tos que empeora, con un andar lento, de poco hablar con quienes lo acompañan, lo verían pasar cerca de la iglesia San Nicolás en Barranquilla con dirección a las afueras para contemplar el crepúsculo, la cruel enfermedad se agrava y en medio de ella no deja de dictar cartas, no deja de atender asuntos, no pierde la esperanza de sanar, en las noches juega a los naipes y recuerda con mucha nostalgia sus mejores momentos de gloria. Como no mejora de salud decide continuar su ruta hacia Santa Marta. El mismo día que toma el barco que lo conducirá directo al lugar de su tumba, a toda prisa parte de Bogotá el General Perú de Lacroix, enviado por Manuelita con el único objetivo de convencer al Libertador de volver al poder.Con la noche desembarca el primero de diciembre en Santa Marta el General Bolívar
junto a los testigos que lo verán morir; y es que esto parece más una caravana
fúnebre, ya el héroe lo bajan en silla de mano, apenas sonríe ligeramente.
Le asignan al único medico disponible para el momento el joven Próspero Revérend, quien le tocará dar el triste diagnóstico del enfermo y ver como el General Montilla rompe en llanto al escuchar; “lo considero como tisis pulmonar llegada a su ultimo grado, y ésta no perdona” ya no queda tiempo, solo llegar a la Quinta de San Pedro Alejandrino, propiedad del señor de Mier, un lugar con un clima apropiado y con el triste propósito del bien morir para aquel genio, se encontraba a corta distancia de la ciudad de Santa Marta, ya para el día 10 de diciembre el doctor recomienda arreglar los asuntos legales y espirituales del Libertador, pues ya veía venir muy de cerca a la muerte.
Al siguiente día a las tres de la tarde dicta su última carta y será dirigida al General Briceño, expresando lo siguiente: “en los últimos momentos de mi vida le escribo ésta para rogarle como la única prueba que le resta por darme su afecto y consideración, que se reconcilie de buena fe con el General Urdaneta y que se reúna en torno del actual gobierno para sostenerlo. Mi corazón me asegura que usted no me negará este último homenaje a la amistad y al deber. Reciba el ultimo adiós y el corazón de su amigo” Bolívar.
Llega Perú de Lacroix a Santa Marta, pero ya el Libertador agravado con su
enfermedad ni se le notifica de la misión del General francés, después de unos
días Perú de Lacroix se decide a escribirle a Manuela esta desgarradora carta:
“Llegué a Santa Marta el día 12, y
al mismo momento me fui para la hacienda San Pedro, donde se hallaba el Libertador.
S. E. estaba ya en un estado cruel y peligroso de enfermedad, pues desde el día
10 se había hecho su testamento y dado una proclama a los pueblos, en la que se
está despidiendo para el sepulcro. Permanecí en San Pedro hasta el día 16, que
me marché para esta ciudad, dejando a su excelencia en estado de agonía, que
hacia llorar a todos los amigos que lo rodeaban. A su lado estaban los
Generales; Montilla, Silva, Portocarrero, Carreño, Infante y yo, y los Coroneles
Cruz Paredes, Wilson, Capitán Ibarra, Teniente Fernando Bolívar y algunos otros
amigos. Si, mi desgraciada señora: el grande hombre estaba para quitar esta
tierra de la ingratitud y pasar a la mansión de los muertos a tomar asiento en
el templo de la prosperidad y de la inmortalidad al lado de los héroes que más
han figurado en esta tierra de miseria. Lo repito a usted, con el
sentimiento del más vivo dolor, con el
corazón lleno de amargura y de heridas, dejé al Libertador el día 16 en los
brazos de la muerte: en una agonía tranquila, pero que no podía durar mucho.
Por los momentos estoy aguardando la fatal noticia, y mientras tanto, lleno de
agitación, de tristeza, lloro ya la muerte del Padre de la Patria, del infeliz
y grande Bolívar , matado por la perversidad
y por la ingratitud de los que todo le debían, que todo habían recibido
de su generosidad.
Permítame usted mi respetada señora, de llorar con usted la pérdida inmensa que ya habremos hecho, y habrá sufrido toda la República, y prepárese usted a recibir la última y fatal noticia.
Soy de usted admirador y apasionado amigo, y también su atento servidor, q.s.p.b.,”
L. Perú de Lacroix
Y es que el General Francés no fue capaz de describir detalladamente en la
carta lo que vio durante sus días junto al muy enfermo Bolívar, escribirá Rumazo; el médico
le pasaba al enfermo del lecho a la hamaca. “Tal vez no pesaba arriba de dos
arrobas”. Perú de Lacroix pudo escucharle sus voces de desvarío: “vámonos,
vámonos, esta gente no nos quieren en esta tierra; vamos muchachos, lleven mi
equipaje a bordo de la fragata”. El hipo preagónico de los tísicos no cedía;
las extremidades estaban frías; el semblante, hipocrático.
Y es así como un 17 de diciembre de 1830 pasada la una de la tarde nuestro
gran Libertador expira su último aliento de vida. “sus facciones expresaban una
perfecta serenidad, ningún dolor o seña de padecimientos se reflejaba sobre su
noble rostro” desde la vieja fortaleza del Morro de Santa Marta con tres
cañonazos anuncian el vacío que el Padre de la Patria había dejado, despidiendo
para siempre al valiente héroe que acompañado de una profunda tristeza y
decepción la muerte ya lo habría alcanzado.
Fuentes:
Alfonso Rumazo González, "Bolívar" Editorial Mediterráneo. Madrid 1973.
Alfonso Rumazo González, "Manuela; la Libertadora del Libertador" Editorial Edime. Caracas 1962.
Luis Augusto Cuervo, "Apuntes Historiales" Editorial Minerva. Bogotá 1925.
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